Sefarad: exilio y clandestinidad (1ª parte): el mundo judío tras la expulsión de la Península Ibérica
MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – En 1492 los judíos que no se habían convertido, obligados por el Edicto de Expulsión, han decidido marcharse de Castilla. En todo el largo recorrido que llevamos hecho por la historia y los lugares donde han vivido, ya hemos contado un poco por dónde han estado. Pero esta trama tan intrincada sobre la trashumancia judaica hace necesaria una síntesis y una recapitulación sobre la existencia de diversas comunidades en diferentes lugares del mundo a fines del siglo XV y principios del XVI. Nos hallamos en los comienzos de la Modernidad desde que la Toma de Constantinopla por parte de los turcos otomanos cambió la historia del mundo y, con ella, la de los judíos. Nos proponemos reflexionar un poco sobre los destinos posibles que podían alcanzar estos judíos castellanos que decidieron partir cuando el inapelable Edicto entró en vigor. Y también sobre las comunidades existentes en esa época en diferentes lugares de la tierra y adónde se desplazaron luego, en los viajes oceánicos que cambiaron el comienzo del dominio de la cultura de Occidente en el mundo. Queremos establecer la gran diferencia que existió entre estos judíos expulsados de tan antigua presencia en tierras hispanas y los moriscos, que también padecieron el drama de la expulsión bajo el reinado de Felipe III entre 1609 y 1613. La ácida y crítica pluma de Cervantes se encargó de ridiculizar y burlarse de la medida tomada por la corona española contra este sector de la población. Pero por lo menos ellos tenían tierras y grandes territorios donde encontrar refugio: gran parte del territorio africano además del asiático estaba en manos de los musulmanes. Los judíos que decidieron abandonar los reinos católicos tenían poco para elegir, si es que podían hacerlo y las condiciones con las que se hallaron eran extremadamente dificultosas, así sucedió con Portugal y Marruecos.
En ese período de la historia existía una comunidad judía también muy antigua en el próximo Portugal. En la otra costa, a orillas de Mediterráneo, en el norte de África, había otras viejas comunidades establecidas. Una de ellas era la del reino de Marruecos, donde en Fez los judíos habían sido obligados en 1438 a vivir en la mellah, donde habitaban hacinados, humillados, marcados por una prenda amarilla. Con su establecimiento precedieron al gueto creado en Venecia en 1516. También estaban las de Tlemcem en Argelia, las de Túnez, las de Libia, las de Egipto.
Por esos tiempos en los estados de Polonia-Lituania, a los que los judíos habían llegado desde el oeste por razones económicas y de seguridad, constituyeron una importante concentración de población judaica: eran los llamados ashkenazim. Fueron protegidos por la Corona y lograron obtener condiciones relativamente favorables para la vida y el trabajo. Estos emigrantes judíos se establecieron en pequeñas y grandes ciudades en los territorios de los actuales países de Letonia, Lituania, Bielorrusia, Polonia, Moldavia, Rumania y la parte occidental de Ucrania. En unas pocas décadas, se desarrolló allí el mayor y más influyente centro de la diáspora judía. Fue en este momento que dos de los principales centros de la vida judía surgieron en Polonia, Poznan y Cracovia. Los judíos también habían vivido en poblaciones pequeñas pero significativas en el Gran Ducado de Lituania ya en el siglo XV. En el XVI, el número total de las comunidades judías en el este europeo había aumentado hasta alcanzar el número de 60. Pequeños grupos de ellos también emigraron al sudeste de Europa, en las regiones de la actual Rumania y Bulgaria, que fueron integradas en el Imperio Otomano durante el siglo XV.
En 1453, los turcos otomanos avanzaron sobre Bizancio y su vieja capital, Constantinopla, apoderándose de ella. Y los judíos que habían vivido en condiciones muy duras bajo del poder de los bizantinos, descubrieron que podían vivir mejor con la llegada de estos invasores. Los que habían vivido allí desde el siglo V a.n.e, los llamados romaniotas, estaban esparcidos por gran parte del territorio de Asia Menor. Estos gobernantes musulmanes les concedieron a los judíos (y cristianos) un estatuto especial, el de dhimmis. Esto implicaba un aumento de la presión fiscal, pero, a su vez, tenían el derecho de practicar su religión y la obtención de seguridad jurídica y privilegios comerciales.
Otro centro de vida judaica se hallaba en las metrópolis y ciudades portuarias musulmanes del Medio Oriente y Persia. Existían comunidades más pequeñas, relativamente aisladas, en el sur de la Península Arábiga, en Asia Central, e incluso en la costa oeste del subcontinente indio. Pero esta historia continúa….