Sefarad: exilio y clandestinidad (23ª parte): el problema de los conversos

MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – El historiador Antonio Domínguez Ortiz nos cuenta que “la existencia de los conversos, más aún que la de los propios judíos, envenenó la vida española durante siglos y constituye uno de los rasgos más significativos de nuestra historia durante toda la Edad Moderna: exactamente desde fines del XIV y comienzos del XIX”. Las conversiones forzadas comenzaron en junio de 1391, con el asalto y destrucción de la judería de Sevilla, seguida con la muerte o las conversiones forzadas de los judíos que allí se encontraban. Estos ataques se propagaron muy rápidamente por toda Andalucía, y Cataluña, las juderías de Valencia, Barcelona, Gerona y Lérida así como en Mallorca fueron atacadas con toda crueldad. Esto provocó una gran disminución de la población judía., gracias a las conversiones en masa. También las dificultades que se abatieron sobre los judíos para desarrollar su subsistencia determinaron que una numerosa población de cristianos nuevos, con la obtención de todos los derechos, se introdujera en territorios antiguamente vedados para ellos por su condición de judíos.
Algunos de los puestos más codiciados y requeridos se hallaban en los altos cargos y en los órdenes eclesiásticos: ciertamente eran los más seguros ante la amenaza siempre presente de la Inquisición. Y esto determinó un nuevo drama para aquellos judíos que habían abandonado su condición. El problema converso provocó una profunda envidia y resentimiento hacia estos cristianos nuevos que habían ascendido rápidamente en la posición social y en su condición económica. Otro grave problema había surgido, muy visible en el relato escrito del cura Andrés Bernáldez sobre lo que había sucedido en Sevilla. “Muy gran riqueza y vanagloria de muchos sabios y doctos e obispos e canónicos e frailes e abades e sabios contadores e secretarios e factores de reyes e de grandes señores… todos vivían de oficios holgados y en comprar y vender no tenían conciencia con los cristianos. Nunca quisieron tomar oficios de arar y cavar, ni andar por los campos criando ganados, ni lo enseñaron a sus fijos, salvo oficios de poblados y de estar asentados ganando de comer con poco trabajo”. Bernáldez continúa: “Muchos de ellos allegaron muy grandes caudales e haciendas, porque de logros e usuras no hacían conciencia […] Tenían presunción de sobervia que en el mundo no había mejor gente, ni más discreta, ni más aguda ni más honrada que ellos”. Tras acusaciones de índole sexual, Bernáldez hace hincapié en una cuestión extremadamente importante: la alimentación y el tipo de comidas que ingerían: “nunca perdieron el comer a costumbre judaica de manjarejos e olletas de adefina, manjarejos de cebollas e ajos, refritos con aceite, y la carne la guisaban con aceite, ca le echaban en lugar de tocino e grosura por escusar el tocino y el aceite con la carne es cosa que juy mal oler el resuello”. Y esta historia continuó…

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