MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – Aproximadamente, para 1460, muchos de los conversos estaban conscientemente asimilados y ya emergidos como sociedad cristiana de pleno derecho donde educaron a sus hijos, a los que –a su vez– emparentaron con cristianos. Y ocurrió así que el viejo tronco judío fue paulatinamente enflaqueciendo y secándose. De hecho dejaron de ser tronco y, en este punto, fueron sustituidos por los fuertes y vigorosos tallos que se le formaron con la consolidación del mundo converso.
¿Un poder marrano? Tal vez, pero no entendido ni desde la etnia ni desde las creencias sino desde la estructuración de grupos sociales. En conclusión, no hubo un poder marrano que provocara el establecimiento de la Inquisición –como tribunal de fe– sino que, al contrario, el movimiento despuntó cuando los inquisidores actuaron.
Entonces ¿cómo entender la fundación de esta institución? Desde luego la respuesta no puede venir de los marranos que judaizaban, puesto que éstos eran muy pocos y entonces estaban: “…claramente en vías de dejar el escenario de la historia”. ¿Para qué, entonces, una institución de tal naturaleza? Desde luego, es hora de cuestionar –dice Netanyahu– esas teorías que ponen el acento en la idea de unidad religiosa, porque nadie la cuestionaba, realmente. Quizás las explicaciones más sensatas procedan de las verdaderas consecuencias que tuvo el proceso entusiasta de la asimilación. Porque, efectivamente, aceptar la asimilación de muchos conversos significaba, también, reconocer los derechos de los recién llegados: derechos civiles que compartían todos los cristianos, vasallos de Su Majestad. Por ahí vinieron los problemas, ciertamente, porque los conversos “comenzaron” a parecerles a los viejos cristianos mucho más peligrosos que los judíos lo fueron nunca. Aquí comenzó el odio, el recelo y la acusación de falsedad en la conversión. Y aquí se juntaron el hambre con las ganas de comer, la propaganda anti-conversa y los deseos de creerse tal propaganda.
La Inquisición finalmente fue el resultado del triunfo de propagandistas capaces de convertir en materialidad concreta sus proyectos políticos y culturales. La nación, para B. Netanyahu, entendió que era un instrumento de paz social; paz cuestionada sobre todo en los ámbitos urbanos donde realmente había de asentarse el poder regio. Los reyes, escribe B. Netanyahu, “sintieron venir la marea alta del antisemitismo y en lugar de resistirla decidieron subirse a ella”. Así debieron ocurrir las cosas. Sin embargo y pese a muchas historiografías sobre la cuestión esta historia continuó…