MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – No podemos en este breve texto contar la historia de todos los exilios, pero si la de algunos que testimonian la fortaleza del apego a su identidad de judíos sefardíes. Demuestran una fuerte vitalidad, creatividad y una solidaridad a toda prueba con los suyos, con su gente, que implicaba a judíos de cualquier grupo y origen. Y como toda historia comenzaremos por el principio, con parte de la historia de la familia Mora, en la villa de Quintanar de la Orden de La Mancha. “. . .A mediados del siglo XVII, a finales del reinado de Felipe II, allá por los años 1588-1592, los inquisidores de Cuenca descubrieron en la villa de Quintanar de la Orden de La Mancha una red de judaizantes autóctonos que seguían observando la religión de sus antepasados…”. Entre estos herejes se hallaba la familia Mora, a cien años de la Expulsión. Estos judaizantes se habían mantenido fieles al judaísmo pese a todos los riesgos que ello implicaba, para lo cual crearon estrategias de gran eficacia y originalidad. La familia era el eje y la base de esa conspiración y resistencia que presentaron a un entorno hostil y extremadamente peligroso. Por ello en principio se casaban entre ellos, pese a que la iglesia prohibía relaciones matrimoniales entre parientes no tan cercanos. Solían emparentar con un número muy limitado de familias conversas oriundas de las provincias de Cuenca y de Toledo, como los López de Armenia, los Vega-Ruiz, los Villanueva, los Gómez-Bedoya, los Moya, los Navarro, los Campo, los Carrillo, los Falcón, los Enríquez y los Villaescusa. Además, trabajaban juntos y al margen de sus actividades agrícolas y ganaderas, formaban pequeñas compañías de comercio y cobradores de impuestos. En cuanto al criptojudaísmo se transmitía oralmente de generación en generación en el marco de la familia y en el espacio de la casa mediante los «enseñadores» de la ley.
Lo sorprendente de esta cuestión reside en el hecho de cuán profundamente eran conscientes los Mora de ser diferentes, de ser “cristianos nuevos” porque descendían de judíos. Esto les marginaba por autodefinición de la sociedad cristiano vieja en la que vivían. Juan de Mora sentía que era mucho más honroso ser judío que tener un título de nobleza, no sólo no se sentía avergonzado de su origen, sino que estaba profundamente orgulloso de serlo. Otro miembro de la familia, Cristóbal de Mora Molina, hijo del difunto Juan de Mora, sabía perfectamente que era converso y nieto de condenado por la Inquisición, tal como lo declaró ante los inquisidores el 2 de octubre de 1590. Como todos los marranos, los Mora eran cristianos frente al mundo exterior y judíos en su fuero interno: todas sus prácticas judaicas tenían que mantenerlas en la más profunda clandestinidad. En esta atmósfera de sospecha generalizada, los Mora debían auto vigilarse constantemente, estaban obligados a esconderse, a disimular. Si en lo social los Mora practicaban formas de religiosidad cristiana, en la intimidad familiar seguían los preceptos de la ley mosaica, que pueden agruparse principalmente en tres categorías: las fiestas religiosas, las costumbres alimenticias y las prácticas higiénicas, y los ritos propios del nacimiento y de la muerte. Pese a todos los enormes esfuerzos por mantener la observancia perdida y a todos los riesgos y peligros implicados, es evidente que muchos de estos criptojudíos no estaban dispuestos a renunciar ni a sus creencias ni a su identidad. Esta de una de las muchas historias de criptojudíos que forman parte de la historia española.
Muchos de los que decidieron permanecer dentro del judaísmo se dirigieron a Portugal como el refugio más cercano. Algunos de ellos se instalaron en las aldeas cercanas a la frontera, o en la zona de Serra Da Estrela, donde ya existían antiguas comunidades judías. Tal fue el caso de Castelo de Vide, que es una ciudad situada aproximadamente a 550 metros de altitud y a 16 Km. del territorio hispánico. Durante algún tiempo, buscaban un refugio dentro del territorio portugués. La cercanía con la frontera hizo que este lugar fuera de tránsito muy frecuentado para los refugiados judíos expulsados de Castilla. En diciembre de 1496 el rey Manuel I publica un Edicto de Expulsión de los judíos, pero en 1497, el monarca impone la conversión forzada de modo que la población judía de Portugal pasó a formar parte del sector conocido como “Cristianos Nuevos”. Muchos de los conversos continuaron con la práctica secreta del judaísmo, integrando el grupo de los llamados marranos o anusím. Con el paso del tiempo muchos de estos criptojudíos abandonaron Portugal, dos de los más importantes fueron Gracia Méndez y su sobrino Joao Mínguez.
Gran parte de los judíos que se instalaron en Ámsterdam eran de origen portugués. Pero muchos de ellos se quedaron y actualmente se pueden recorrer y conocer las antiguas juderías, donde los cristianos nuevos continuaron con la práctica secreta del judaísmo. Numerosas poblaciones poseen juderías, donde se han hallado las edificaciones y las marcas propias de una secreta vida cotidiana mantenida en las costumbres judías. Los judíos pudieron retornar a Portugal y a la práctica abierta del judaísmo a comienzos del siglo XIX cuando cesaron la prohibición y las persecuciones. Durante el siglo XX y en la actualidad muchos descendientes de estos antiguos marranos están tratando de retornar al judaísmo e integrarse al pueblo judío. Tal vez, como ha ocurrido en toda nuestra vieja historia – y acaso esa sea una de las razones de la tan larga continuidad judaica-, en la novela “Sostiene Pereira”, Tabucchi le puso ese nombre a su personaje en honor a los judíos portugueses que llevaban el tradicional apellido Pereyra. Todo nos remite a un antiguo pasado, pero también al lugar de intrigas representado por la vecindad con España durante la Guerra Civil y luego en la Segunda Guerra Mundial, donde hallaron refugio y escondite tantos perseguidos por el nazismo.
En el siglo XVII es muy importante la presencia criptojudía de origen portugués en tierras americanas. Estos portugueses fueron entrando por los puertos indianos de Cartagena, Panamá, Portobelo, Buenos Aires. A medida que aumentaba esta presencia, crecía la represión inquisitorial. En la tercera década del siglo XVII aumentan las denuncias en masa contra los judaizantes, lo que provoca la aniquilación de la comunidad sefardí. El período comprendido entre 1615 y 1625 fue muy sombrío para los judaizantes portugueses. Los inquisidores solicitaron a la Inquisición portuguesa la captura de los fugitivos. La creación del Tribunal del Santo Oficio en Cartagena demostraba de forma irrefutable la importancia de este puerto en el contexto del comercio interregional y del peso extraordinario de la red mercantil judeo portuguesa. Una parte de estos criptojudíos portugueses continuó con sus negocios en América del Sur, otros se instalaron en el Caribe, en Curaçao, Surinam y Barbados principalmente (en la imagen). Desde allí muchos iniciaron conexiones comerciales y relaciones familiares con judíos que se instalaron en las antiguas colonias de los EE.UU. Muchos de ellos se establecieron, hicieron fortuna y sus herederos formaron parte de la historia estadounidense. Lo sorprendente en muchos de estos casos, sobre todo en la América española, fue su apego a sus tradiciones sefardíes y su pertenencia al judaísmo que en muchas ocasiones les costó la vida cuando cayeron en manos de la Inquisición. Y como siempre, esta hisotria continúa…