MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – En el siglo XV Portugal se había convertido en el centro más importante de la cultura sefardí. Allí estaban alojados temporalmente los grandes eruditos judíos de la época, entre ellos Isaac Aboab (líder espiritual de la comunidad judía en la Península Ibérica), Salomón Ibn Verga (autor de Shébet Yehudah, La Vara de Judá, crónica que relata la vida de los judíos en la península) y Abraham Saba (exegeta, predicador y cabalista). Los hijos de Isaac Abravanel, todos nacidos en Lisboa, fueron hombres educados y respetados por sus conocimientos. El más famoso de ellos, Judá Abravanel (conocido como León Hebreo) dejó una importante obra literaria y filosófica. En el campo de la cultura literaria destacan Eliezer Toledano, Samuel Gacon, Samuel d’Ortas y Abraham d’Ortas, nombres ligados a los inicios de la prensa en Portugal.
Abraham Zacuto fue el autor de un nuevo y mejorado astrolabio, que sirvió a los navegantes portugueses y también mejoró las tablas astronómicas que ayudaron a guiar a las carabelas portuguesas en alta mar mediante cálculos a partir de observaciones con el astrolabio. Sus contribuciones permitieron el descubrimiento de Brasil y la India. También en España, escribió y publicó un notable tratado de astronomía en hebreo, con el título de Ha-jibbur Ha-Gadol. También Abraham Ortas publicó en 1496 su Almanach Perpetuum, traducido al latín y español, que contenía las tablas astronómicas para los años siguientes.
El sur de Portugal comprende un vasto territorio que se extiende a ambas orillas del río Tajo, región con un gran número y diversidad de tradiciones judías. El Ribatejo es por vocación un espacio de confluencia y de cruce de rutas comerciales. En sus pueblos y ciudades, especialmente Santarém, se instalaron los judíos, dando carácter urbano a un territorio notablemente agrícola. Escasamente pobladas y alejadas de los centros de poder político y religioso, con una extensa Raiana enfrente, las ciudades del Alentejo siempre albergaban una gran población judía en el país, instalada allí desde el período de la ocupación musulmana. Casi todas las ciudades y pueblos tenían sus barrios judíos. El más grande se encuentra, naturalmente, en Évora, principal centro urbano de la región del Alentejo interior, y el lugar de Tribunal de residencia temporal en la Edad Media. Pero también Castelo de Vide, Crato, Portalegre, Borba, Vila Viçosa, Arronches, Vidigueira, Estremoz, Monsaraz, Moura, Beja, Serpa y Mértola tenían comunas judías instaladas en sus propios barrios y a menudo vinculadas a los intercambios entre Portugal y los reinos peninsulares.
Ya en la época de la conquista musulmana había una comunidad muy grande y próspera en Santarém, en el corazón de la llanura y con una ubicación privilegiada en el centro del país, ciudad que siempre ha sido un centro agrícola y comercial próspero a la que acudieron judíos. Estos se dedicaron a la artesanía y las actividades intelectuales. Después de la expulsión, en 1497, muchos se mantuvieron bien como cristianos nuevos, bien como cripto-judios. Una mirada al centro histórico evoca, incluso hoy día, los lugares y experiencias de la próspera comunidad judía de Santarém durante la Edad Media.
Cuando la hija de los Reyes Católicos, Juana La Loca, se casó con Felipe el Hermoso (heredero del Sacro Imperio Germánico), esa boda le permitió a su hijo Carlos II, luego Carlos V de España, recibir como legado uno de los mayores imperios que conoció la historia. Este, “donde nunca se ponía el sol”, contaba entre sus dominios a los Países Bajos, que durante el reinado del rey Felipe II, fuertemente instalados en el protestantismo calvinista, se rebelaron contra el intolerante catolicismo español. En 1568 con la declaración de la independencia de los holandeses comenzó una guerra que duró ochenta años. En 1492 España había expulsado a su población judía. Muchos de los judíos emigraron a Portugal, el refugio más cercano y accesible para ellos .Sin embargo, allí terminaron padeciendo más de lo que lo habían hecho en España, con el bautismo forzado al que fueron sometidos en 1496. Cien años más tarde sus descendientes, perseguidos por la Inquisición, que deseaban vivir libremente como judíos, se dirigieron a la ciudad de Ámsterdam (en la imagen, interior de su sinagoga), liberada ya de la intolerancia religiosa de la monarquía española, estableciéndose allí, además de hacerlo en otras regiones de Europa. En esa ciudad se creó una nueva comunidad de judíos sefardíes, que creció rápidamente con características muy peculiares. Estos judíos de origen portugués y de tradición sefaradí navegaron los mares del mundo, muchos de ellos hicieron grandes fortunas y fundaron nuevas comunidades en Inglaterra, el Caribe, llegando hasta la Colonias Inglesas.
Pensar en Ámsterdam, recorrerla, es recordar que los judíos Rodrígues, da Costa, Bueno, Nunes, Osorio, que vivieron allí. Cerca del lugar en que vivió Rembrandt estuvo el hogar de Manuel Lopes de Leon, de Henrico d’Azevedo y de David Abendana. Daniel Pinto vivió en la puerta de al lado de la casa del pintor. Al otro costado, en el Nº 6, vivía Salvador Rodrígues, que era un mercader. Enfrente vivió su hermano, Bartolomé Rodrígues. En Breestraat Nº 1, en la esquina enfrentada a la casa de Pinto, cerca del pintor Pieter Isaacszon, vivió Isaac Montalto, el hijo de Elías Montalto, quien había sido el médico de Maria de Médicis, la Reina Madre, en la corte francesa. El rico Isaac de Pinto tenía una gran casa donde vivió hasta 1651, cuando se compró otra aún más grande, por la misma zona. Cercano a él estaba Abraham Aboab. El padre de Abraham era el dueño de la casa de los hermanos Samuel y Jacob Pereira, los mismos mercaderes que le alquilaban parte del sótano de su casa a Rembrandt. También vivía por allí el mercader Bento (o Baruch) Osorio. Era uno de los más ricos residentes de la zona. Frente a él, sobre uno de los costados de la casa de Rembrandt vivía Antonio da Costa Cortissos. En 1639, Cortissos generosamente, vendió un pedazo de su jardín para que en esa vecindad fuera construida la sinagoga. Saúl Levi Mortera, un sabio rabino y antiguo secretario de Elías Montalto, vivía justo cruzando desde la casa de Daniel Pinto. Menasseh ben Israel, también rabino y posiblemente uno de los más famosos judíos europeos, vivía en Nieuwe Houtmarkt, sobre la isla Vlooienburg. Entre ellos, sobre la Houtgracht y a una manzana de la casa de Rembrand vivía Miguel d’Espinoza (o de Spinoza). Su hijo, Baruch, se convirtió en uno de los filósofos más radicales y denigrados de todos los tiempos pero solamente luego de haber sido expulsado permanentemente -con gran prejuicio -de la comunidad judía de Ámsterdam por sus “herejías abominables” y sus “actitudes monstruosas”.
Toda esta gente, a excepción del rabino Mortera, eran sefardíes. Los nombres españoles y portugueses eran muy visibles para sus vecinos, pese a que vestían, se peinaban y arreglaban como holandeses, lo mismo que sus apellidos que también fueron transformados en holandeses con fines comerciales. Por eso José de los Rios llegó a llamarse Michel van der Riveren, mientras que Luis de Mercado fue conocido como Louis van der Markt para protegerse de las persecuciones. Sus casas estaban construidas en estilo holandés, y ellos se enorgullecían de su habilidad para pasar por típicos burgueses en su nueva patria. Pero nadie se confundía, trajeron con ellos un sabor cultural diferente y extranjero a Breestraat. Vlooienburg (Bloomsburg) fue entonces, no solo el centro del mercado de artes y cosas usadas. Era también el corazón del mundo judío de Ámsterdam. Y Rembrandt se mudó justo allí, a su centro. Cada casa inmediatamente contigua o de enfrente a la suya, estaba ocupada por un judío. Y la mayoría de las casas de esa manzana sobre ambos lados de la calle eran de judíos. Desde el frente de su casa podía ver la ventana del rabino Mortera, y desde el piso de arriba de su casa tenía una visión de la sinagoga de la comunidad. No podía charlar con los chicos de las familias judías que pasaban por su casa a la mañana, parloteando en portugués en su camino a la escuela. Los viernes temprano podía oler el aroma de las comidas españolas que sus vecinos preparaban para el Shabat.
El pueblo judío fue, sin duda alguna, el más numeroso y el más importante, económica y culturalmente entre los varios que residieron en Livorno. Los judíos sefardíes hispano-portugueses llegaron a este puerto gracias a una Carta de Privilegios, llamada La Livornina, otorgada en 1593 por el tercer Gran Duque de Toscana, Ferdinando I, que creó los puertos francos de Pisa y Livorno. Así, la comunidad sefardí de Livorno en poco tiempo se convirtió gracias a esta Carta, en uno de los centros importantes del judaísmo de la época. Llegaron a monopolizar el comercio del coral, las especies y medicamentos, introdujeron la fabricación del jabón, montaron telares para el tejido de sedas y lanas, y fundaron una compañía de seguros marítimos, amén de los cuantiosos donativos que hicieron al gobierno. Judíos Nuevos (antiguos Cristianos Nuevos) iban desde Livorno en sus barcos por todo el mundo, fondeando sus naves en cada puerto de Europa y del Mediterráneo, desde Ámsterdam a Hamburgo y desde allí a Túnez, Alepo y Estambul. El prestigioso historiador francés Fernand Braudel, acuñó la frase ‘el imperio marítimo de Livorno’ para describir el alcance extraordinario de las naves de esos mercaderes. No se sabe exactamente cuántos barcos eran propiedad de los judíos nuevos de Livorno pero en Curazao, la isla holandesa del Caribe, se sabe que al menos dos mil barcos eran propiedad de los judíos ibéricos, y más de 200 capitanes también lo eran. Se identificaban entre ellos en portugués como ‘Homens da Nação’ (Hombres de la Nación). Se presentaban como Cristianos Nuevos, Marranos o Conversos, pues habían sido forzados a convertirse para salvar su vida en España o en Portugal. La Inquisición los acusaba y perseguía por judaizar en secreto, muchos de ellos cuando se descuidaron fueron encarcelados, torturados, quemados vivos y sus bienes confiscados.
La población judía de Livorno creció hasta convertirse en el siglo XVIII en la mayor comunidad judía en Italia y una de las mayores de Europa llegando a 5338 almas en 1809, el diez por ciento de toda la población de Livorno. Eran muy ricos. S e dice que Righetto Nunes perdió 70 mil ducados jugando a las cartas con Ferdinando de Medicis y que Nunes era conocido por haber vendido mercadería en Florencia por valor de 40 mil ducados, un monto enorme si se considera que la construcción total de la espléndida sinagoga de Livorno en el siglo XVII había costado 900 ducados. La fuente principal de la riquezas de estos Cristianos Nuevos era el comercio de especies, que había florecido a los largo de las nuevas rutas marítimas abiertas por Vasco da Gama en el siglo XVII, en la ruta que bordeaba África y que desde el Cabo de Buena Esperanza comunicaba al Océano Atlántico con el Indico.
Pero también había una gran pobreza entre los judíos de Livorno. La mayoría de los pobres llegaron de Roma, de otras ciudades italianas y desde el Norte de África. A estos recién llegados se les daba algo de dinero antes de pedirles que se fueran de la ciudad. Cuando llegaban chicas ashkenazíes generalmente eran contratadas como criadas y podían llegar a ganar una dote después de trabajar en Livorno. Pero estaba prohibido el matrimonio entre una tudesca (una muchacha polaca o alemana) y un joven livornés. El amor transgresor era castigado con el exilio de la joven pareja. Hay que recordar que los livorneses eran con frecuencia bastante pretenciosos y consideraban que su grado de distinción era directamente proporcional a la cantidad de sangre española que corría por sus venas.
En Túnez los judíos hablaban un dialecto judeo-árabe, eran muy pobres y en su mayoría usaron solamente la chilaba (caftán) y la chechia (una especie de gorra o sombrero negro). No podían creer que los livorneses fueran judíos cuando los veían con sus camisas de seda y capas negras y carmesíes. Y toda esta historia continúa…
Sefarad: exilio y clandestinidad (6ª parte): los ‘Homens da Nação’
Alicia Benmergui, Ámsterdam, historia, Livorno, Portugal, Santarém