Ser judío en España
LA PALABRA – Uno de los desafíos más difíciles de este mundo es poner de acuerdo a varios judíos sobre un mismo asunto. No es que esté en el ADN, pero sí imbricado en la forma con que miramos al mundo… y a la historia, a la que, a diferencia de la mayoría de la gente actualmente, nos sentimos atados. Porque ser judío significa asumir los pros y los contras de muchas ideas establecidas: inteligentes pero conspiradores, débiles pero poderosos, trabajadores pero explotadores, filántropos pero avaros. Ser judío, en definitiva, resulta muy complicado en todas partes: en unas porque nos conocen y, en otras, por todo lo contrario.
Por ejemplo, hay muchos que opinan que la aversión al judío que denotan algunas expresiones idiomáticas (como “perro judío” o “judiada”) y fenómenos culturales (como el Santo Niño de La Guardia) son reflejo del desconocimiento por la larga ausencia en estas tierras, desde la Expulsión en 1492 y hasta quien dice ayer mismo. Sin embargo, puedo atestiguar que en Argentina, donde la presencia judía es notoria desde hace al menos 120 años y los descendientes de los que se asentaron en el país ocupan todos los sectores sociales y profesionales, el antisemitismo es aún más profundo, aunque públicamente se oculte por razones jurídicas. No en vano, 23 años después, su capital ostenta aún el record del atentado judeófobo más mortífero de la historia del continente.
Aquí la cosa nunca ha llegado a tanto desde la desactivación de la Inquisición, pero sí que hay mucho odio agazapado donde menos cabría esperarlo: en la izquierda política, deudora (digo yo) de algún tipo de reconocimiento y gratitud al pueblo que más presencia tuvo entre los voluntarios del bando republicano en la Guerra Civil (dije pueblo, no nacionalidad). O de la presentación en sociedad de la socialdemocracia española en la Internacional de la mano de un israelí (Shimon Peres). O de la firme oposición del estado judío en Naciones Unidas a blanquear la dictadura franquista. Hoy día muchos de los ayuntamientos nacionales en los que estas fuerzas son mayoritarias llegan a contravenir a sabiendas la Constitución apoyando iniciativas, como la llamada BDS, que consideran “bajo ocupación” la totalidad del territorio de Israel. Eso sí, se felicitan por aceptar la concesión de la nacionalidad española a los sefardíes descendientes de los expulsados, ya que la falta la cometieron unos antepasados muy muy lejanos.
Ser judío en España, además, resulta muy poco práctico para aquellos que nos pretenden retratar entre las fortunas que manejan los hilos del país, ya que es complicado encontrarnos entre los poderosos. Tampoco, pese al mito, lo éramos en tiempos de la Expulsión: si no, otro gallo hubiera cantado y a otro le hubieran endosado las culpas del mundo, robado y pateado en el trasero.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad