“Ser o no ser (To be or not to be)” (1942), de Ernst Lubitsch (Estados Unidos)

FILMOTECA; CON DANIELA ROSENFELD –

Guion: Edwin Justus Mayer, sobre una narración de Melchior Lengyer y Ernst Lubitsch. Reparto: Carole Lombard (Maria Tura), Jack Benny (Josef Tura), Robert Stack (Teniente Stanislav Sobinski); Felix Bressart (Greenberg), Lionel Atwill (Rawitch), Stanley Ridges (Profesor Alexander Siletsky), Sig Ruman (Coronel Ehrhardt), Henry Victor (Capitán Schultz), Tom Dugan (Bronski), Charles Halton (Dobosh) y Maud Eburn (Anna).

Segunda Guerra Mundial. Varsovia, durante la ocupación alemana. Una compañía polaca de teatro liderada por el matrimonio de estrellas María y Joseph Tura, que se encuentran preparando la obra “Gestapo”, tendrá que ceder ante las presiones políticas y hacer, en su lugar, la representación del clásico de Shakespeare “Hamlet”.
Unos días más tarde estalla la guerra y el ejército alemán toma el control de Polonia y provoca el cese de las funciones teatrales. Al mismo tiempo entra en escena un espía al servicio de la Gestapo, el profesor Siletsky, quien está a punto de entregar una lista con el nombre de los colaboradores de la resistencia polaca. Joseph Tura, el “gran, gran actor polaco”, con un ego al que sólo le ganan sus celos, se verá implicado en la trama a causa de un admirador de su mujer, y con el resto de los actores de esta pequeña compañía teatral intentará solucionar esta peligrosa situación. Haciéndose pasar por el cruel coronel Erhardt y por Siletsky consigue entrar en el cuartel general de las SS para impedir que el espía llegue a informar a los alemanes.

Ser o no ser (1942) es, junto a El gran dictador (1940, Charles Chaplin), la parodia más divertida e inspirada que ha hecho el cine sobre Hitler y el nazismo. El comienzo de la película es magistral: nos encontramos en Varsovia, capital de Polonia en Agosto de 1939. Una compañía teatral promociona una obra sobre el nazismo llamada “Gestapo” y uno de sus actores se pasea disfrazado de Hitler por las calles de Varsovia, sembrando el desconcierto en la población. El estallido de la guerra obliga a suspender todas las funciones teatrales, y el grupo de actores queda bajo control alemán. Cuando uno cree que la comicidad de la situación ya está más que agotada, un nuevo y sorprendente giro da un nuevo ímpetu a la historia. El filme, tuvo no sólo la valentía de abordar los conflictos de su tiempo desde el humor, sino de tratar además algunos de los rasgos más distintivos del ser humano.
El guión de Meyer despliega una inteligencia fuera de lo normal; en él, se suceden situaciones de una gran comicidad, con la intención de ridiculizar un régimen que estaba destrozando Europa. Las líneas de diálogo son atrevidas, y dan lugar a dobles lecturas, a través de escurridizas insinuaciones anti-censura. La utilización de la compañía de teatro ofrece un sinfín de posibilidades al argumento, desembocando en secuencias sumamente ingeniosas; un claro ejemplo es la protagonizada por Josef Tura, quien engaña en primera instancia al Profesor Stiletski, haciéndose pasar por el Coronel Ehrhardt, y posteriormente al propio Coronel, poniéndose en la piel del Profesor. Es mítica la primera de ellas, en la que Lubitsch utiliza su famosa técnica de repetir una broma varias veces para acabar rematándola al final de la secuencia: “¿Así que me llaman Campo de Concentración Ehrhardt?”
Lubitsch utiliza la comedia no como un género ligero sino como un arma magistral y afilada contra el apogeo nazi. A través de la caricaturización del opresor, consigue desautorizar sus actos, su ideología. A pesar de las innumerables críticas que recibió por este enfoque, su atrevimiento es indudable y sólo el paso del tiempo le dio el lugar que merecía. En España, por ejemplo, no se estrenó hasta 1971, casi treinta años después de ser filmada.
Además del contexto político, la película es un homenaje al teatro, a los actores y a su imprescindible trabajo de entretener en un mundo que, en demasiadas ocasiones, sólo deja lugar al horror. Lubitsch, empezó su carrera como actor de teatro, de ahí su amor por esta profesión, por sus secundarios; y todo transmitido con ironía; no falta la alusión a las luchas de egos dentro y fuera del escenario.

Ernst Lubitsch fue un director de cine de origen judío nacido en Berlín, Alemania, el 28 de enero de 1892 y fallecido en Los Ángeles, California, el 30 de noviembre de 1947 tras haber adoptado la nacionalidad estadounidense en 1936. Hijo de un sastre de origen ruso, desde joven se interesó por el mundo del espectáculo, ingresando en 1911 en la Deutsches Theater de Max Reinhardt. Un año más tarde debutó como actor, especializándose en papeles de carácter y como protagonista de cortos humorísticos. Tras aparecer en cerca de 30 películas entre 1912 y 1920, poco a poco abandonaría la actuación para dedicarse a su verdadero sueño: la dirección.
Con sus cuatro primeras películas obtuvo un notable éxito. Tanto, que la actriz del momento, Mary Pickford, le propuso un millonario contrato en Hollywood. Así a sus 30 años, Lubitsch abandonó Europa para trasladarse a los Estados Unidos; viaje que más tarde emprenderían también Billy Wilder, Otto Preminger y Fritz Lang, huyendo del antisemitismo nazi que ganaba terreno en Europa.
Durante su etapa estadounidense nacieron las comedias que llevarían a Lubitsch a tener un sitio destacado en la historia del cine. Hay dos rasgos que caracterizan su inimitable estilo: el genial uso de la elipsis y el famoso “toque Lubistch”; es decir, la manera juguetona, irónica e inimitable con que satiriza las debilidades de la sociedad. El “toque Lubitsch” es lo más difícil de definir del mundo, señalaba Billy Wilder en 1979. No fueron sus estudios, ni tampoco los años pasados por ejemplo en la Academia de Teatro Sueco, sino, por así decirlo, el llamado factor X, algo especial e indefinible, que no se puede fabricar en serie. El “toque Lubitsch” consistía simplemente en una manera muy concreta de elegancia mental; en la forma original que tenía de abordar una escena, un momento o un giro del diálogo. Creo que su secreto consistía en que hacía participar al público, proporcionándole ciertas claves y afinadas sugerencias que le convertían en cómplice suyo. “Después de su funeral, William Wyler y yo (Billy Wilder) nos alejábamos a pie y yo comenté: ‘!Dios mío, Lubitsch se ha ido!’, y Wyler me contestó: ‘Lo peor de todo no es que se haya ido Lubitsch, sino que ya no veremos más películas suyas’. Era como si hubiese desaparecido un arte entero del que se llevó el secreto a la tumba. Y todos nosotros, los directores que lo reverenciábamos, pensábamos cuando se nos planteaba algún problema en una película: “¿Cómo lo habría resuelto Lubitsch?”.
Ser o no ser es indudablemente una obra maestra y se ha mantenido tan audaz como en el día de su estreno. Mucho más reflexiva en muchos aspectos que cualquier drama sobre el nazismo, ya que sus características resultan más evidentes y más terribles a través de la ironía. Es una de las mejores comedias jamás rodadas, que pertenecen a un modo de hacer y entender el cine, gracias a un director para el que el público es su cómplice en el uso del humor como el mejor ataque. Y es que, como recita una frase del film, nunca se debe menospreciar una buena carcajada.

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