Shavuot a la diestra de Jerusalén

LA PALABRA – Dice el Salmo 137:5 “si me olvidare de ti, Jerusalén, que pierda mi diestra su destreza”. Sin embargo no es una traducción literal de la segunda parte del versículo, que en realidad sólo dice “olvide yo mi derecha” (eshkaj yeminí). Esta semana ya festejamos y recordamos a la capital de Israel en su día, Yom Yerushalayim, y dentro de poco nos disponemos a celebrar Shavuot, el regocijo por la recepción de la Torá. Aparentemente ambas celebraciones sólo coinciden en su cercanía en el calendario, teniendo la segunda un origen bíblico y la primera unas raíces muy cercanas en el tiempo, con la reunificación de la ciudad en 1967, durante la conocida como Guerra de los Seis Días. Sin embargo, puede que haya algún poderoso nexo entre ambas fechas.
En Shavuot recordamos que Moisés recibió la Ley en forma de diez mandamientos (dibrot), contenidos en dos tablas. Una de ellas se refiere únicamente a los preceptos espirituales del hombre que lo relacionan con la divinidad; la otra alude a las relaciones entre los humanos. El hecho de que sean justamente diez no es casual: los sabios han conseguido extrapolar de los escritos sagrados 613 preceptos (miztvot), pero en esta decena está contenida la esencia de todos ellos. El decálogo escrito en piedra, y que estuvo custodiado en el recinto sagrado del templo sagrado de la ciudad sagrada, es una analogía de los diez dedos de las manos: en la derecha (por ahí se empieza a escribir en hebreo), las leyes del alma (los cinco primeros mandamientos); en la izquierda, las de la moral (el comportamiento hacia los semejantes).
El mencionado salmo podría entonces reinterpretarse, en un lenguaje moderno y accesible como “si no cuidas de Jerusalén, tu alma estará perdida”. Se puede vivir sin esa mano, como quien sólo tiene un ojo o una pierna, pero resulta francamente más difícil. ¿Hubiéramos sobrevivido dos mil años sin anhelar en cada uno de ellos volver a Jerusalén? Otras civilizaciones mucho más grandes, poderosas y centradas en lo humano no lo consiguieron sólo con las leyes de la mano izquierda: allí quedaron los vestigios derruidos y pisoteados de su arte, sus avances científicos, su pensamiento. Divididos y olvidados.
Nos hemos convertido en los últimos supervivientes de una era de la que los demás leen en las enciclopedias y que a nosotros nos arrulla en la cuna. Quizás se deba a que nos hemos empeñado en conservar la cuenta de todos los preceptos, aun cuando intentaran amputarnos los dedos y tapiaran de espinos los caminos al Muro, y en consagrar a Jerusalén como capital eterna y entera de nuestra memoria.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

Scroll al inicio