FUERA DE FOCO, CON BRYAN ACUÑA – Actualmente, Siria se encuentra en una inmersa en una intensificación del conflicto en el noroeste del país, con avances significativos de las fuerzas rebeldes lideradas por Hayat Tahrir al-Sham (HTS) y las contra-respuestas del régimen de Bashar al-Assad y sus aliados. En los últimos días, los rebeldes capturaron posiciones estratégicas cerca de Alepo y Hama, mientras que las fuerzas sirias y rusas han intensificado los bombardeos en represalia, provocando desplazamientos masivos y una grave crisis humanitaria. Esta escalada ocurre en un momento crítico para Siria, destacando las divisiones internas y la intervención continua de actores internacionales.
Los grupos islamistas han sido actores clave en el conflicto desde sus inicios. Organizaciones como HTS, el Frente al-Nusra y el Estado Islámico han desempeñado roles complejos, luchando tanto contra el régimen como entre ellos mismos, fragmentando la oposición. Estos grupos han exacerbado la violencia en el país, mientras intentan consolidar territorios bajo su control. Por otro lado, la supervivencia del régimen de Assad ha sido garantizada principalmente por la intervención de Rusia e Irán. Rusia, con su apoyo aéreo y logístico desde 2015, ha permitido al gobierno recuperar territorios estratégicos y ha protegido diplomáticamente a Siria en el Consejo de Seguridad de la ONU. Irán, a través de financiamiento, asesoramiento militar y el despliegue de milicias como Hezbolá, ha asegurado la estabilidad del régimen mientras avanza su propia agenda regional en el Levante. En el norte de Siria, Turquía ha llevado a cabo múltiples operaciones militares, justificadas como medidas de seguridad contra las milicias kurdas vinculadas al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). Estas acciones han desplazado a cientos de miles de kurdos, generando denuncias de ingeniería demográfica en las zonas ocupadas por Turquía y sus aliados. Las consecuencias humanitarias y políticas son profundas, con millones de desplazados, tensiones regionales y una nación fragmentada que enfrenta desafíos monumentales para lograr la estabilidad y la paz.
La oposición turca ha recibido a lo largo de los años apoyos de países de corte islamista como la propia Turquía (con el apoyo económico de Catar) y de Arabia Saudita, aunque este último apoyando a los grupos no islamistas que tienen una posición diferente a la suya. La situación de Siria nos lleva a pensar qué puede pasar en la región: permitir que esto se convierta en un Irak 2.0 podría ser catastrófico. Assad es un mal necesario y un peligro menor que la llegada de los islamistas al poder del país. El incendio que podría provocar el empoderamiento de los radicales puede poner contra las cuerdas cualquier intención de estabilizar incluso lo inestable que es por la lucha constante entre Irán y sus otros competidores regionales. El nivel de desastre que se avecina, si no se controla el avance de los rebeldes, no será un problema solo para Siria y sus aliados, sino para toda la zona, que puede sucumbir frente a un desastre aún no calculado hasta este momento.