LA PALABRA – Una de las labores que particularmente me resultan más arduas es escribir sobre Pésaj tras otras muchas columnas propias dedicadas al tema, e incontables y mucho más valiosas y documentadas de tantísimos autores. Los mensajes que queremos transmitir de generación en generación son a veces complejos y, otras, aparentemente tan sencillos como los de una cancioncilla típica, en la que reivindicamos la magnificencia de lo narrado en la Hagadá (el relato de la salida de Egipto) como un cúmulo de pequeños milagros, cada uno de los cuales nos hubiera bastado (que es lo que significa su estribillo Dayeinu) para estar alegres y agradecidos. Incluso quien no comparta la fe en la veracidad histórica y demostrable de lo allí narrado, se ve muchas veces embriagado por la comunión que genera el festejo, una cena que sigue un orden (seder, en hebreo), cuando no por las preceptivas cuatro copas de vino.
Dentro de esta celebración hay un detalle que puede que para muchos no pase de ser un signo de buena educación: invitamos a otros a sentarse en nuestra mesa y compartir el “pan de la aflicción” (la matzá) al que se refiere el antiguo adagio arameo que inicia el ritual: “quienquiera que tenga hambre, que venga y coma; quienquiera que esté en necesidad, que venga y celebre”. Porque en realidad no es una fiesta familiar, sino la proyección al tiempo actual de la primera vez que trascendimos nuestro clan (las tribus descendientes de los respectivos hijos de Jacob que migraron por hambre a Egipto y allí fueron esclavizados durante siglos) y nos unimos para formar un pueblo. Pasamos de ser simplemente hebreos (en ese idioma, los que cruzaron, refiriéndose al Éufrates a cuyas orillas se remontaría el origen de la estirpe de Abraham), a ser israelitas, guiados por alguien cuyo destino tenía todos los ingredientes para ser muy distinto tras ser criado en la corte de Faraón.
Pronto estaremos celebrando la gesta del nacimiento del moderno estado de Israel. Setenta años ya. Parece una eternidad para los niños. Para los que pasamos más inviernos nos suena a algo muy cercano y, para aquellos que tenían entonces edad suficiente para atesorar memorias, ayer mismo. El nacimiento de una nación, como el título de aquella película. Todas recuerdan una fecha señalada como punto de partida y boato, pero ¿cuántas pueden rememorar y se esfuerzan en transmitir el momento en que se reconocieron como un mismo pueblo? Los hebreos compartían lengua, religión y cultura, pero no es sino a partir de este momento (cuando según algunos debe considerarse el verdadero inicio del año judío) que empezamos a ser nosotros, “am Israel”, el pueblo de Israel, sentados a la misma mesa, compartiendo un mismo origen (ricos o pobres, todos descendemos de simples esclavos) y destino (incluidas las desgracias más tremendas). Somos.
Jag Pesaj Sameaj! ¡Felices pascuas!
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad