Soy un insulto

LA PALABRA – Quien utiliza una identidad como insulto incurre en un doble pecado social: rebajando la condición del insultado (para sentirse superior en la nueva categorización) y reforzando los prejuicios hacia el colectivo cuyo nombre utiliza, por ejemplo, cuando el presidente boliviano Morales aludió hace años con desdén a Chile como “la Israel de Sudamérica”. No hablamos, por supuesto, de simples comparaciones, ni de aquellas laudatorias como “Uruguay: la Suiza de América Latina”, sino del hecho de sustantivar un nombre propio (apellido, nombre de país, etc.) para generalizar un aspecto asociado de algún modo a su imagen colectiva. Algunos ejemplos son llamativos, como el del boicot, que deriva del apellido del boicoteado (Boycott) y no de quienes usaron esa forma de coacción. Por el contrario Lynch no fue víctima de linchamiento, sino su impulsor durante la Guerra de Independencia de EE.UU.

Pero, lo que más abunda en nuestro idioma es la utilización peyorativa de términos referidos a colectivos o minorías, especialmente gitanos, negros y judíos. De estos últimos no sólo perduran las “judiadas” (una acción malintencionada) o expresiones tan desafortunadamente extendidas como “perro judío” (que incluso era el personaje de un juego infantil de la época de la Segunda Guerra Mundial), sino que en la edición de 2005 del Diccionario de la lengua española de Espasa-Calpe aún aparecía en la entrada de “judío” la acepción de “avaro, tacaño, usurero”.

También las ideologías se convierten en estigma de quien se identifica con ellas. Hace tiempo una tertuliana televisiva espetó a Pilar Rahola que era una “sionista” por su defensa de Israel, alusión equívoca que la periodista catalana se encargó de aclarar. Y desgraciadamente, tampoco Israel está libre de esta “malversación lingüística”, ya que últimamente la palabra “smolaní” (de izquierdas) es uno de los epítetos descalificativos más utilizados, como si no hubiera sido el sionismo socialista el motor de las primeras estructuras sociales del estado: kibutz, Histadrut (sindicato obrero), Kupat Jolím (cobertura médica universal) y la opción democráticamente elegida hasta 1977.

Todos estos casos coinciden en usar la identidad del otro como arma arrojadiza, hasta convertirla en metáfora peyorativa, basándose generalmente no en evidencias, sino en mitos y mentiras que se propagan como si fueran verdades incontestables, que no necesitan demostración: axiomas del odio. En algunos casos, casualidad o no, muchos de estos supuestos coinciden (judío, sionista, de izquierdas) y nos conviertan de hecho en objeto codiciado de ataques verbales prejuiciosos. En insultos por el perjuicio que supuestamente provocan los aludidos en la integridad racial, religiosa, política o social de quien los profiere. En espejo y eco de su propia estulticia.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

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