Sucot y el pueblo inconformista
LA PALABRA – La fiesta de Sucot tiene muchas definiciones, tanto en el terreno religioso y simbólico (morar en la cabaña, las cuatro especies que debe contener), como en el de la naturaleza (la última de las tres peregrinaciones anuales al Templo de Jerusalén, coincidiendo con el inicio del otoño y las lluvias), pero no tanto así en la tradición (por ejemplo, es la única celebración judía sin una gastronomía particular). Cabe tomar en cuenta, no obstante, que la mayor parte del Pentateuco tiene lugar durante la travesía del desierto que rememora esta efemérides y, la verdad sea dicha, es una de las tareas que requirió de más milagros divinos para completarse.
Empezando por el relato pascual: el que la peor de las plagas (la muerte de los primogénitos) no afecte a los esclavos hebreos nos hace gritar en la cena de Pésaj aquello de “dayeinu!” (ya sería bastante), pero si le sumamos el cruce del Mar Rojo y el cierre de sus aguas sobre el ejército que nos seguía los talones, más todavía. Así todo, el pueblo de Israel (un conjunto de tribus que asumen un destino común a partir del desafío de la liberación) no para de quejarse a Moisés de las condiciones del viaje que van a emprender. Dios no los abandona, y los protege ý orienta de día con nubes de gloria y en la oscuridad con columnas de fuego, les llueve maná y sacia su sed, los protege de las bestias y alimañas, les alerta y guía para evitar los puestos de soldados de Faraón y de tribus violentas. Es más: les da orden y ley esculpidos en piedra, pero ellos (nosotros) no están conformes y funden sus objetos preciados para tener un ídolo al que adorar.
Sucot es no tanto un homenaje al “sufrimiento” de habitar viviendas temporales (no tendría que serlo para una nación cuyos orígenes están en el pastoreo y el nomadismo), sino una reafirmación del espíritu inconformista, desafiante incluso ante el más temible de los dioses por su exclusividad. Pasarán miles de años y circunstancias muy diversas, pero el carácter contestario seguirá siendo una de sus señas de identidad más poderosas y perdurables, al punto que la gesta del éxodo y la transformación no es “heroica”: está liderada por un Moisés nada carismático, de lengua pesada y torpe declamación, y al que como premio final a su esfuerzo se le priva de la recompensa de pisar la meta. Desde entonces, algo ha seguido empujándonos a actuar contra lo sobreentendido y el porque sí.
No sólo hemos dado a la historia revolucionarios de las sociedades, las artes y el pensamiento, sino que la propia ortodoxia religiosa más conservadora sigue arraigada en el debate y la controversia como herramientas más eficaces para servir a conservar la fe. Por todo ello, la sucá (la cabaña) no sólo nos recuerda la futilidad de las posesiones mundanas, sino también de las verdades con que solemos confortarnos en la realidad y aceptar el mundo tal cual es, sin molestarnos en cambiarnos y cambiarlo.
Jag Sucot Sameaj (¡Feliz fiesta de Sucot!)
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad