LA PALABRA – Los que tenemos muchos abriles acumulados tenemos fama de agoreros. Y es que la vida es una escuela de las de antes, de aquellas que enseñan más con el palo que con la zanahoria. Por eso os advierto: tanto poner de ejemplo positivo a Israel últimamente en las noticias por su gestión de la vacunación no puede ser bueno. Que este último año hayan muerto violentamente menos israelíes y judíos en general que nunca en la historia, aunque sea más cosa de las restricciones de movimiento de la pandemia que del arrepentimiento de los asesinos, nos traerá más problemas a medio plazo. Que, además, cada vez más países (enemigos hasta hace nada) abran embajadas en Israel no es normal (aunque irónicamente lo llamen “normalizar” las relaciones diplomáticas). Una de dos: o realmente, como pregonan algunos visionarios, el Mesías ya está en este mundo (y, según dicen, en la pecaminosa Tel Aviv), o bien este tiempo no es más que el ojo de un huracán cuya devastación aún no atisbamos a ver ni imaginar.
Hay quien considera, con toda lógica, que la situación más peligrosa es la paz, porque en cualquier momento se puede convertir en guerra, mientras que para esta última la única salida es la paz. Quien nace y crece en una atmósfera más contaminada está más inmunizado a las enfermedades respiratorias que aquel criado en el aire limpio del campo. Los judíos llevamos siglos siendo maltratados, por lo que el cuerpo no se nos amolda fácilmente a los halagos, a no ser objeto de agresiones físicas y espirituales. Lo cierto es que, en cuanto nos relajamos un poco, descubrimos que el mundo sigue siendo el mismo mundo de siempre, aunque tenga algunos paréntesis. Por ejemplo, oyendo los discursos de los líderes mundiales al finalizar la Segunda Guerra Mundial y revelarse el horror de los campos de exterminio, los sobrevivientes del Holocausto creyeron que finalmente empezaba un nuevo capítulo en la relación con las naciones en las que vivían, pero pronto descubrieron que nadie los quería de vuelta. Nacía el mito del “buen judío”, es decir, el judío muerto, por contraposición a los “malos judíos”, que defienden su vida (por ejemplo, los israelíes).
No pasamos nunca desapercibidos: o somos una luz que guía a los pueblos o las mismísimas tinieblas del infierno, dependiendo de cuándo y cómo nos miren, pero muy lejos de un equilibrio de fuerzas, ya que hay mucha más “materia” antisemita en el universo que “antimateria”, aunque por momentos (como éste precisamente del final de la pandemia) atravesemos una nube pasajera que nos haga resplandecer de forma positiva a los ojos del otro. En resumen, habrá que conformarse con lo que nos toque vivir en cada momento, con la excusa de que tanto bueno no puede ser bueno.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad