EL BUEN NOMBRE, CON ALEJANDRO RUBINSTEIN – Desde la irrupción de la Haskalá (el Iluminismo) como corriente que propiciaba la integración social de los judíos en sus comunidades vernáculas a finales del siglo XVIII, se vino dando (especialmente en las áreas de habla germánica) un proceso de creciente adopción de nombres de origen cristiano. Por ejemplo, las Esther comenzaron a llamarse Emilia; Salomón y Samuel Sigmund (conservando en muchos casos cierta similitud fonética con el shem hakodesh hebreo); Avigdor fue Víctor; Isaac Isidro; Sara se llamó ahora Sabina; Rebeca Regina; o Zeev Wilhelm.