“The Three Must-Get-Theres”, de Max Linder (1922)

SHÉKET: JUDÍOS EN EL CINE MUDO, CON MIGUEL PÉREZ –

Max Linder (1883-1925) fue el primer comediante que oficializó el género del absurdo en Europa, hasta el extremo de que el mismísimo Charles Chaplin lo consideró su maestro en el arte del gag y las situaciones cómicas. Resulta paradójica esta cualidad en un actor que sufrió depresiones, se quitó la vida a edad temprana y su nombre cayó en el olvido durante décadas. Y, sin embargo, sin él y su legado hoy el mundo sería un poco más triste.

‘The Three Must-Get-Theres’, singular transformación de ‘Los tres mosqueteros’ de Alejandro Dumas, es una de esas películas idóneas para ver en estas fechas navideñas. A los más mayores les retrotraerá al cine mudo cómico más genuino de Charlot, Laurel y Hardy o Buster Keaton. Linder, con su finura y porte caballeresco, representaba la respuesta al otro lado del Atlántico de los humoristas americanos de élite. Pero, cuidado, no era una réplica, sino el original. El «profesor» que decía Chaplin. Aunque su obra quedó en la zona de sombra creada por las comedias de la todopoderosa Hollywood, puede considerársele como un coreógrafo del humor, que se sirvió de los guiones ingeniosos, las acrobacias, las escenas corales y la acción como vehículo para la risa. Y generó algunas de las situaciones cómico-absurdas más repetidas en décadas posteriores.

A los más jóvenes, ‘Los tres mosqueteros’ les puede recordar a filmes del estilo de ‘Aterriza como puedas’ o ‘Hot Shots’, por poner tres ejemplos. Incluso ‘La vida de Brian’ podría encajar perfectamente en los parámetros inteligentes de ‘The Three Must-Get-Theres’, primigenio exponente del cine paródico.

Linder nació y se crió en Le Gironde, un departamento situado al sudoeste de Francia, en una zona bien conocida por los turistas españoles por su proximidad a Las Landas. Se llamaba en realidad Maximilien Gabriel Leuvielle y era miembro de una familia con raíces judías que se dedicaba a producir vino. La vis cómica le pudo temprano. Marchó a París, donde trabajó en cafés y teatros –la comedia era todo un arte en Francia y un espectáculo común de la noche parisina– hasta que le reclamó Louis J. Garnier, cineasta de la prestigiosa compañía Pathé, el gran conglomerado empresarial clave de la industria cinematográfica y fonográfica francesa.

A Garnier le llamó la atención la versatilidad, imaginación y capacidad para la comedia de Linder, que en 1905 ya había protagonizado su primera película y actuado en prestigiosas salas como el Olympia, donde llegó a montar un espectáculo que combinaba el teatro con el cine. El artista hacía su entrada mediante un corto donde el espectador le veía dirigirse apresuradamente al teatro, incluso en globo para sortear las atestadas calles de la capital. Al final, se descolgaba desde el aerostato hasta el teatro y era entonces cuando hacía su impactante entrada en el escenario. Lo suyo era innovar.

Garnier, que posteriormente se trasladaría a Estados Unidos y trabajaría con la Paramount, convenció a Pathé para reclutar al actor y darle papeles. Los argumentos eran magníficos: Linder cobraba poco (eso solo duró un tiempo breve), era elegante en su interpretación (nada que ver con el humor de brocha gorda y simplón), enfocaba la comedia desde una nueva visión irónica y no necesitaba vestuario ya que él utilizaba su propia ropa en los rodajes. Además, tenía ideas y un bigotito que le hacía parecerse a Chaplin.

En 1909, la compañía echó a rodar su carrera. Tres años más tarde ya era tremendamente popular y un actor cotizado. Entre sus filmes como protagonista, figuran varios en los que encarna a un único personaje –el propio ‘Max’– inmerso en profesiones y situaciones diversas, lo que ya ofrece una idea del peso que tenía su nombre en el cine. Como curiosidad, rodó ‘Max, The Matador’ en 1913 en Barcelona. Evidentemente, ejercía de torero y llegó a reunir a 10.000 extras para los planos en la plaza de toros.

Para cuando hizo ‘The Three Must-Get-Theres’, ya se había afincado en Estados Unidos, era la gran divinidad de la comedia francesa y contaba con cierta leyenda –el zar Nicolás había sido admirador suyo hasta su asesinato en Ekaterimburgo en 1918–, aunque la crítica recibió el filme con desigual fortuna: mientras algunos lo consideraban un gran modelo del burlesque, otros medios lo calificaron de ridículo. No entendieron que realmente estaban ante el nacimiento de la parodia irónica y gentil. El actor-director simplemente satirizó el clásico cinematográfico interpretado por Douglas Fairbanks y lo hizo con la extravagancia, pero también la sobriedad y buen tono, que caracterizaban sus montajes. Buena prueba de ello son los nombres que otorga a los personajes, jugando con sus auténticas identidades en la novela: el joven aspirante a espadachín del rey se llama Dart-In-Again, mientras los mosqueteros responden como Walrus, Octopus y Porpoise y el cardenal recibe el nombre de Richie-Loo (en sonora aproximación a Richelieu). Humor, sí, pero fino.

Filmada con muchas aperturas de plano, a buen ritmo y con gran número de exteriores, ‘Los tres mosqueteros’ reúne todas las condiciones para que Linder se sintiera cómodo: persecuciones, galopadas, combates a espada, acrobacias y un romance. El realizador convirtió la historia original en una versión libre pero cuya esencia quedaba clara en un guión y una narración que puede seguirse incluso sin intertítulos. Hay que recordar que la película anterior alcanzó un gran éxito, al igual que la novela de Dumas, de modo que se daba por hecho que la audiencia tenía grabadas ambas en la memoria y no era necesario añadir explicaciones.

Detrás de la pantalla, la vida de Linder tuvo mucho menos de comedia y bastante más de tragedia. Combatió en la Primera Guerra Mundial y regresó con un estado de salud más que precario por la inhalación de gases tóxicos. Estuvo destinado en la tristemente famosa línea Maginot y su paso por el campo de batalla le traumatizó. «Cada día es una nueva vida y el hombre en las trincheras vive para ese día», recordaba en una entrevista, donde reconoció que no sólo vio sufrir y morir a sus compañeros, sino que el mismo estuvo a punto de perder la vida.

Considerado el primer comediante de su país, nunca encontró un lugar definitivo entre Francia y Estados Unidos a pesar de su cartel y de su ritmo de trabajo. Hoy en día se conservan unos cien títulos suyos, aunque se calcula que pudo llegar a hacer quinientos cortos y películas. Hay imágenes suyas con Chaplin de 1917 donde aparece imitando a su personaje Charlot mientras recibe la réplica de éste. Un encuentro apasionante. La historia de la comedia en un puñado de fotos.

Durante su vida sufrió diferentes etapas depresivas. Las drogas y el alcohol le trituraron. Una tarde de 1925, él y su esposa fueron al cine y luego regresaron al hotel de París donde se alojaban. Linder pidió al recepcionista que nadie les molestara. A la mañana siguiente les encontraron muertos en la habitación. Se supone que arrebató la vida a su mujer y luego se quitó la suya. Durante décadas todo fue silencio. A día de hoy, varios reportajes de televisión y un par de documentales, uno de ellos a cargo de la hija de la pareja, que también escribió un libro de memorias, permiten revisitar la vida y obra del comediante que hizo reír a medio mundo mientras escondía su infinita tristeza.

Ficha técnica:
Título: “The Three Must-Get-Theres”
Año: 1922
Director: Max Linder
Guión: Max Linder y Tom Miranda sobre la novela “Los tres mosqueteros”, de Alejandro Dumas.
Reparto: Max Linder, Bull Montana, Frank Cooke, Caroline Rankin, Jobyna Ralston, John J. Richardson, Charles Mezzetti, Clarence Wertz.
Duración: 58 minutos, aunque existe una versión recuperada con cortes, de poco más de media hora.
Productora: Max Linder Productions
País: Estados Unidos.
Género: comedia, aventuras.

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