Torá vs. Halajá

LA PALABRA – En estas semanas el mundo judío se encuentra en un período calificado de “estrecheces” (bein hametzarím, en hebreo), delimitado por dos ayunos en recuerdo de un cúmulo de desgracias históricas derivadas de la destrucción de los dos sucesivos Templos de Jerusalén. Hoy día el destino del pueblo de Israel dista de ser tan aciago como en aquellos días de desconcierto gracias a la concreción del ideal largamente larvado del retorno a Sión. Sin embargo, frente a los últimos restos de la muralla del monte explanado para coronarse con las Tablas de la Ley se produce estos días un enfrentamiento en el seno de la propia grey.
La fe monoteísta de Abraham se consolidó en torno a una legislación básica llamada Torá que tardó siglos en plasmarse en Sagradas Escrituras, y en el desarrollo de un ritual que pasaba por un único sitio de culto y un único encargado de guiarlo. Ya con el exilio de las élites en Babilonia tras la primera destrucción se produjo la búsqueda de alternativas litúrgicas, pero pasó un período históricamente breve (lo mismo que lleva existiendo el Estado de Israel) antes de reconstruir el centro y pináculo del culto. La segunda vez la debacle fue definitiva y atroz. Sin Templo, los descendientes de Judea quedaron huérfanos. Hubo que reinventarlo todo, alfabetizando al pueblo para que pudiera continuar por sí mismo la liturgia, elevando a los alumnos más brillantes a la categoría de maestros (rab o rabino, literalmente el que abunda en saber) y creando nuevos centros de oración (sinagogas, en hebreo, batei kneset, casas de reunión).
Comenzó también la titánica y colectiva labor de recopilar los restos desperdigados: nacía si no una nueva religión, sí un nuevo ritual cuyos seguidores ya no eran hebreos o israelitas, sino judíos. De las mismas ruinas otros miembros del mismo pueblo (como Saúl, luego San Pablo) crearon una religión similar pero diferente. Los que permanecieron apegados a su fe original ayudaron a trazar una senda (halajá significa justamente lo caminado) para no perderse, pero siendo humano y no celestial, su mensaje no siempre resistió el paso del tiempo.
Hoy día, algunos de los que aplican a rajatabla las normas trazadas en aquel período de zozobra ideológica se han erigido en dueños de la verdad, dictaminando desde la intransigencia quién, cómo y dónde puede rezar (o no) frente a las piedras que atestiguan justamente que una vez todo fue muy distinto. Quizás olvidan que todo lo que saben se lo deben principalmente a la capacidad de permanecer unidos frente a las desgracias
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

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