LA PALABRA – El agua es un recurso fundamental en muchos lugares del planeta, e Israel ha sido desde hace décadas puntero en el desarrollo de una gestión eficaz de su uso, no sólo para el consumo directo, sino también para la agricultura. La transformación de ecosistemas desérticos en vergeles productivos es muestra de ello. Incluso antes de las nuevas tecnologías digitales, desarrollaron impresionantes avances: de los sistemas de aspersión a los más eficientes por goteo, que evitan el desperdicio del preciado líquido por evaporación. Quizás peque de alejarme mucho del objetivo para construir esta metáfora, pero los sistemas políticos totalitarios también han mejorado su incidencia y penetración social de manera análoga.
En las revoluciones tradicionales, uno de los elementos distintivos ha sido la violencia, la lucha armada, el asalto a arsenales militares, el terrorismo, etc. Una vez logrado el poder, se afianzaba una dictadura (militar, del proletariado, nacionalista, etc.). Buena parte de los muertos en combates del siglo pasado cayeron victimas de estas ráfagas de asesinatos indiscriminados que, por su propia mecánica irracional, confundían en ocasiones enemigos y adeptos. Además, dichos regímenes (fascismo, nazismo, comunismo, etc.) se han convertido en tabús políticos y en ocasiones obligado a encontrar eufemismos poco convincentes para ser respetados en el seno de las naciones (“socialismo con características chinas” es un ejemplo de ello). Sin embargo, otros han descubierto métodos más eficaces para alcanzar los mismos objetivos de poder absoluto. Por ejemplo, prácticamente no hay país en el mundo que no tenga una “cámara de representantes”, aunque dicho poder legislativo esté legal y totalmente sometido al arbitrio de un soberano monárquico, de las fuerzas militares o de un único partido. Ese totalitarismo actúa por goteo, centrando su poder real en objetivos muy concretos, como cambios constitucionales, referendos manipulados por falta de alternativas reales o, directamente, atacando los posibles focos de oposición mediante “noches de cuchillos largos”, purgas o disfrazándose de líderes ficticios en torno a los cuales ponerlos al descubierto, “desaparecerlos” o encerrarlos.
Quizás lo peor sea la connivencia (complicidad por negligencia) de las naciones, que prefieren hacer la vista gorda ante estos atropellos a la humanidad disfrazados de legalidad, antes que plantar cara a las amenazas: la misma estrategia del apaciguamiento que propició que los monstruos “por aspersión” de la primera mitad del siglo XX se crecieran mostrando sus cartas. Hoy día sólo les pedimos que disimulen, firmen acuerdos que no respetarán, hagan votar a sus representantes designados, aunque la gota del horror y el atropello siga horadando la piedra de los derechos universales y nutriendo a la selva de la deshumanización.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad