LA PALABRA – Tu biShvat (que significa día 15 – luna llena – del mes shvat del calendario hebreo) es una fiesta que no aparece en la Biblia, sino en libros posteriores que recogen la tradición oral (Mishná). Es uno de los “cuatro inicios de año” (junto a Pésaj, Rosh Hashaná y el 1 del mes de elul) mencionados allí e íntimamente ligado a los ciclos de la naturaleza. En este caso, la fecha coincide con la mitad del invierno, cuando en Israel empiezan a asomar los primeros brotes de vegetación, florecen árboles como el almendro (tal como aquí mismo, en España) y se recomienda plantar nuevos. A pesar del vaivén del calendario hebreo (una compleja combinación de ciclos lunares y solares) respecto al gregoriano (sólo solar), la coincidencia de la festividad con el clima se ha mantenido durante milenios. Ya no.
Incluso en un año hebreo “preñado” (con un mes adicional) como este 5779 – más tempranero al principio respecto al gregoriano -, tal como sucede en nuestra península, los almendros ya hace unas semanas que empezaron a encanecer de flores el paisaje. Si en el Israel bíblico también representaba el final de la estación de lluvias, estos días los cauces del estado judío están siendo desbordados por riadas. El cambio, como es lógico en la piel gaseosa de nuestra esfera planetaria, es para todos. El refranero castellano que anuncia la ida y vuelta de las cigüeñas, ya hace años que no se ajusta a lo que está pasando. Quienes sigan los consejos del Calendario Zaragozano (un librillo centenario que incluye predicciones meteorológicas vinculadas al santoral) para planificar siembras y cosechas, están abocados a la ruina. También los agricultores israelíes, argentinos, franceses, zulúes o de Iowa se ven obligados a olvidarse de las tradiciones heredadas por generaciones y amoldarse a los caprichos de un tiempo que no sólo pasa, sino que arrasa.
El cambio climático no sólo afecta directamente a la economía y amenaza con cambiar la geografía de las costas marinas, sino a la propia cultura, los conocimientos forjados por las comunidades para su subsistencia, pero también para su identidad, como Tu biShvat (y otro tanto para el inicio de la primavera en Pésaj, la cosecha estival en Shavuot o el inicio de las lluvias en Sucot). De seguir así, tendremos que sustituir la ritualización del aceite en Janucá por la plantación, festejar en Purim la llegada de la primavera real (no el equinoccio astronómico) y en Pésaj la recogida de frutas estivales. El problema es que, si bien la tecnología seguramente encontrará la manera de adaptar la producción del campo a las nuevas condiciones, nuestra capacidad de modificar nuestros rituales ancestrales es mucho más limitada y resistente. Pero, en fin, tampoco será la primera vez que lo hagamos. No olvidemos que hace dos mil años, nos vimos obligados a reconstruir toda nuestra religión basada en la centralidad sacrificial del Templo, alfabetizar masivamente (no sólo a la casta sacerdotal), promocionar expertos entre el pueblo llano (rabinos) y recopilar el saber oral acumulado en libros y tradiciones, como la propia que estamos a punto de festejar.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad