“Un lugar donde quedarse (This must be the place)” (2010), de Paolo Sorrentino (Italia, Francia, Irlanda)
FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD –
Guion: Umberto Contarello, Paolo Sorrentino. Reparto: Sean Penn, Eve Hewson, Frances McDormand, Judd Hirsch, Heinz Lieven, Kerry Condon, Olwen Fouere, Simon Delaney, Joyce Van Patten, Liron Levo.
La película narra la historia de Cheyenne, un judío cincuentón, antigua estrella del rock, que sigue la estética gótica y que lleva veinte años retirado no sólo del mundo de la música, sino del planeta en general. Vive en una enorme mansión con su mujer en un pueblo de Irlanda, y pasa el rato con su joven asistenta en una cafetería (Eve Hewson, la hija de Bono, cantante de U2). Así pasa sus monótonos días hasta que la muerte de su progenitor con el que lleva años sin hablarse le lleva de vuelta a Nueva York. Allí reconstruye los últimos treinta años de vida de ese padre desconocido. Su progenitor estaba siguiendo el rastro de un criminal nazi, que había sido su carcelero en Auschwitz. Cheyenne decide continuar con esa persecución, pese a no tener ninguna aptitud como investigador, y emprende la búsqueda del nonagenario alemán a través de Estados Unidos.
El retrato familiar de la primera parte del film muestra a un protagonista depresivo con un look siniestro, estancado estéticamente en la década de los ochenta (pequeño homenaje del director al líder de The Cure, Robert Smith). Una estrella del pop perdida en un mundo que ha evolucionado y que lo ha dejado anclado en su propio personaje.
La primera media hora del film parece mostrarnos la trama principal y sus personajes secundarios, a los que deja abandonados radicalmente para convertirse en una road movie. Durante su viaje, Cheyenne se irá encontrando con interesantes e inquietantes personajes que le someterán a diferentes dilemas morales. Mientras continúa con la búsqueda que le llevará finalmente a reencontrarse con el pasado de su padre, Cheyenne irá perdiendo sus capas de maquillaje. El director utiliza esta búsqueda como excusa para introducir su particular crítica al nazismo y su propuesta de venganza.
Sorrentino intercala las escenas con imágenes cuidadosamente seleccionadas, con una iconografía en perfecta consonancia con la transformación de su personaje, lo que facilita su inserción en determinados ambientes completamente alejados de su apacible vida en Irlanda. El choque con el pasado queda claramente determinado en dos escenas: a través de la petición de un niño que hará que Cheyenne coja por primera vez en años su guitarra, y gracias a ambos, la secuencia se convertirá en una de las más emotivas de la película; y en la que Cheyenne, un personaje que nos parecía acabado desde el principio del film, se reencuentra con el pasado de tormentos que sufrió su padre. La secuencia de la confesión es uno de los puntos más álgidos en el dramatismo de la película, y sobrecoge por su dureza y ausencia de efectismos.
Otro de los grandes personajes de la película es David Byrne, líder de Talking Heads, quien compone, actúa y da título a la película con una de sus míticas canciones, This must be the place.
Sorrentino saca a relucir en esta historia muchos temas: Los vínculos familiares, los movimientos pop-rock-punk de los ochenta y su significación social, su influencia en la juventud, la decadencia de la estrella olvidada, el respeto y la autocompasión.
Era muy fácil hacer una caricatura plana del personaje de Cheyenne, pero Sean Penn, dejando a un lado lo obvio, crea una composición comprometida, inteligente y conmovedora. Su lenguaje corporal, su tono de voz y su total compromiso, hacen que su máscara pase a un segundo plano. La historia involucra a Cheyenne en un conflicto que tenía por completo abandonado (los nazis, ¿no están todos muertos?). Sorrentino cierra la película de un modo honesto con su personaje, y es ahí donde reside la moraleja: la reivindicación del sentido del humor, la tolerancia como filosofía de vida y el acercamiento a las raíces del odio para erradicar las penitencias que a veces nos autoimponemos.
Es una película con un guion lleno de sentimientos sugeridos, de extrañas formas de amor y del proceso de maduración de su protagonista. Lo efímero de la fama, la opulencia y el vacío interior, lo relativo de la libertad y las ataduras que suponen los sentimientos estancados afloran en una historia con un ritmo acompasado. Es un relato de un pasado que impide avanzar, de penitencias, de encuentros y reencuentros que rescatan la importancia del respeto y la tolerancia como pilares fundamentales de la evolución.
Paolo Sorrentino adopta una puesta en escena muy pensada y fluida, magníficamente captada por el director de fotografía Luca Bigazzi. La película a veces divertida, no da ningún paso en falso al tratar el delicado tema del Holocausto, abordándolo sin dolor, con ángulos clásicos (raros extractos de cartas con voz en off, diapositivas…) y otros más iconoclastas (el cazador nazi en busca de los millones de dientes de oro y un final muy acertado).
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