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‎24 Heshvan 5785 | ‎24/11/2024

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Uniforme de judío

Uniforme de judío

LA PALABRA – Dicen los especialistas en empatía, que este sentimiento reflejo se produce más frecuentemente cuando el individuo que sufre se parece físicamente a nosotros, especialmente en su color de piel y fisonomía. Pero, ¿funcionará al revés, cuando lo que se pretende es provocar la emoción contraria a “sufrir junto al otro”? Por ejemplo: ¿qué imagen elegirá un periodista políticamente opuesto a las políticas israelíes para ilustrar un reportaje suyo? Los judíos (e israelíes, en general), y pese a las teorías absurdas de los racistas nazis, no somos una raza ni tenemos rasgos distintivos como una nariz prominente y retorcida: somos blancos como la leche, morenos como muchos mediterráneos, negros azabache como los etíopes, de ojos redondos y de párpados lisos como el extremo oriente, minúsculos y gigantes: tan iguales y diferentes externamente como cualquier otro. Los caricaturistas más progresistas, sin embargo, siguen acentuando y retorciendo las napias de Netanyahu (antes la de Arik Sharon) para que nos recuerden a quiénes representan (aunque hayan sido elegidos democráticamente). ¿Pero qué hacer con las fotos? Allí, amigos, tenemos al gran aliado: el disfraz o uniforme de judío.

Uno de los pocos atuendos típicamente judíos es la kipá, aunque es tan pequeña que bien puede camuflarse al andar por la calle, como hacen muchos de los que la llevan habitualmente en países donde es peligroso significarse como Francia, oculta bajo una gorra de béisbol, de modo que el impacto gráfico sólo puede alcanzarse realmente si se usa la imagen completa de un ultraortodoxo, mejor todavía si pertenece a un grupo que se atreve a usar un shtreiml (un llamativo gorro cilíndrico de piel), aunque el porcentaje real de sus usuarios en la población general judía (tanto de Israel como de las diásporas) sea mínimo.

“Afortunadamente” para aquellos que intentan reducirnos a un icono racial, en las últimas décadas disponen de los uniformados del ejército israelí, aunque también en ese caso hay un problema: los soldados de ese país se parecen mucho a los uniformados de cualquier otro. La solución está en la simbiosis de dos estereotipos: un soldado con kipá, peót (tirabuzones cayendo desde las orejas) y tzitziot (flecos del talit o manto de oración que asoman por debajo de la camisa). Ahí sí que no tenemos competencia, aunque dicha combinación (ortodoxos – militares) sea menos frecuente de lo habitual y de lo exigido por buena parte de la ciudadanía israelí que protesta por las exenciones de servicio militar de que disfrutan los estudiantes de las yeshivot (escuelas rabínicas).

Esto me recuerda un suceso de esta semana, cuando en una columna de opinión, alguien comparó a los judíos en la Shoá con la situación política en la comunidad de Madrid. Pronto se retractó, pero el mismo autor, ilustró su columna de 2014 con la foto de una niña palestina de Gaza tapando los ojos de su muñeca ante la violencia israelí, y también entonces se retractó (parcialmente) porque la niña era turca y horrorizada por lo que otros musulmanes hacían. Al parecer, tampoco es sencillo retratar a un palestino sin disfrazarlo de víctima del terror judío.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad