“Vals con Bashir” (2008, Israel-Alemania-Francia), de Ari Folman

FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD –

Globo de Oro: Mejor película de habla no inglesa; Nominada al Oscar: Mejor película de habla no inglesa; Festival de Gijón: Mejor dirección artística; Nominada a la Palma de Oro Festival de Cannes; Asociación de Críticos de Los Angeles: Mejor largometraje de animación; y Premios César: Mejor película extranjera

La definición ‘documental de animación’ aúna dos términos que pueden parecer contradictorios, sin embargo, es como el director israelí Ari Folman concibió su película Vals con Bashir, que relata sus experiencias reales en la guerra del Líbano.

“Es mi historia personal. La película empieza el día que descubrí que algunas partes de mi vida se habían borrado de mi memoria. Los cuatro años que trabajé en Vals Con Bashir me provocaron un violento trastorno psicológico. Descubrí cosas muy duras de mi pasado y, sin embargo, durante esos cuatro años, nacieron mis tres hijos. Puede que la haya hecho para mis hijos. Para que, cuando crezcan y vean la película, les ayude a saber escoger, a no participar en ninguna guerra”.

El filme narra los acontecimientos que siguieron a la invasión del Líbano (en junio de 1982): el ejército israelí, siguiendo las órdenes de Ariel Sharon, penetró en el interior del país represaliado y se quedó a las puertas de Beirut. Actos que tuvieron como consecuencias la firma de un tratado con los palestinos, la ascensión a la presidencia del cristiano Bashir Gemayel, su posterior asesinato y la venganza de sus seguidores. Tras el atentado que costó la vida a Bashir, las tropas falangistas cristianas entraron en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, y masacraron a los palestinos que se encontraban allí, sin discernir entre hombres, mujeres, niños o ancianos.

Pero Vals con Bashir no es una película bélica al uso, es más bien un raro híbrido entre ficción y realismo, entre obra de denuncia y reflexión filosófica. Folman teje una telaraña de recuerdos borrosos, de pesadillas que atormentan las noches de los ex combatientes, de ensoñaciones que tratan de ocultar el horror contemplado y cometido.

El filme comienza con una imagen surrealista y potente: un grupo de veintiséis perros negros furiosos corriendo por las calles de Tel Aviv, entorpeciendo el tráfico, chocándose con el mobiliario urbano, asustando a la gente y parándose finalmente debajo de la ventana de un hombre al que ladran y sacan amenazadoramente los dientes. Esta imagen turbadora se trata del sueño recurrente de un ex soldado. Este le cuenta al protagonista (que es el director) la que cree es la explicación del sueño: durante una incursión nocturna a una aldea libanesa, tuvo que matar a todos los perros para impedir que alertaran a sus dueños de su presencia. Durante la conversación con su amigo, un Folman de dibujo animado se da cuenta de que ha olvidado por completo sus misiones en la guerra del Líbano. Hay un enorme vacío en su memoria. Sin embargo, poco a poco y a su pesar empiezan a llegar imágenes a su mente, retazos de un pasado que creía borrado. Pero Folman duda de la veracidad de sus recuerdos, por lo que a lo largo del film trata de reunir los fragmentos perdidos entrevistando a sus antiguos compañeros de armas.

Cada una de estas charlas desencadena una cascada de imágenes sobre el conflicto. La pantalla se ve invadida de escenas reales y oníricas, que condensan los sentimientos y la frustración de los ex combatientes. Las secuencias descarnadas de la guerra se alternan con las fantasías oníricas que sirven de refugio para el dolor y la culpa. “La animación me pareció la única solución, porque concede una gran libertad imaginativa. La guerra es muy irreal, la memoria es muy ladina, más valía hacer semejante viaje con la ayuda de buenos grafistas”. (Ari Folman)

Destacable también la escena en la que durante un sueño, una enorme mujer desnuda surge del mar y protege amorosamente a un soldado, mientras muchos de sus compañeros mueren en el barco en el que viajaban, abrasados en un bombardeo.

Vals con Bashir emplea el cine como instrumento para recomponer la memoria, reivindicar las injusticias y afrontar los traumas. El propio director debe encarar el miedo a redescubrir no solamente acontecimientos que habría querido olvidar, sino también verdades sobre sí mismo que preferiría no saber. Con una gran fuerza visual y de una forma extremadamente sensible, el director nos muestra el sinsentido de una guerra y como afectó y sigue afectando a los que participaron en ella. Una brutalidad que como se muestra al final del film y uno de los momentos más emotivos, alcanza su punto culminante cuando los falangistas cristianos cometen la matanza de Sabra y Chatila ante la impasividad del ejército israelí. En este punto Folman reemplaza la animación para mostrar utilizando imágenes de archivo los rostros de las mujeres y niños que sobrevivieron a la masacre, mostrando la realidad con crudeza.

La cinta no se explaya donde no debe, no es autocomplaciente ni maniquea. Es un retrato duro sobre un hombre que debe asumir su pasado y sus actos, que contempla con desagrado, que no se puede escapar de quien se ha sido y no se es más, sobre lo intrincado de nuestra mente y lo que nos lleva a hacer lo que hacemos… una película para no olvidar, aunque sería difícil intentarlo.

Vals con Bashir tiene la estética de un cómic moderno, realizado por David Polonsky. Con dibujos sencillos y atmósferas envolventes, sin fuegos artificiales, el trabajo de Polonsky carga con gran parte del peso de la película. La historia del horror de una guerra, con el resto.

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