LA PALABRA – Esta semana entró en prisión un ex jefe de gobierno israelí. El tribunal que emitió el veredicto estaba presidido por un árabe. La cárcel a la que ingresó es ya el hogar de un ex presidente condenado por acosos sexuales. Al día siguiente debía entrar en la misma institución un rabino muy conocido. Evidentemente uno siente vergüenza porque se cometan delitos pero, a la vez, no podemos dejar de sentirnos orgullosos de un sistema judicial que se ha demostrado imparcial, independiente, ejemplarizante y al que no le tiembla la mano (ni la tiende para recoger prebendas) ante los poderosos.
Que la justicia actúe no tendría que ser noticia, pero sí a esos niveles en la mayoría de países (aún los democráticos) que suelen verter las acusaciones más agrias sobre Israel. En España, sin ir más lejos, nos hallamos no ya inmersos sino inundados de investigaciones abiertas y procesos judiciales en casos de las más altas esferas que superan en muchos ceros al que ha llevado a la cárcel a Olmert. También llama la atención la pretendida imagen de Israel como país de discriminación pero en el que, sorprendentemente, las minorías están representadas incluso en el tribunal superior de justicia. ¿Podemos decir lo mismo del Constitucional de España?
Sigamos con el juego de semejanzas. En Israel no sólo se juzga, condena y encarcela a los políticos corruptos, sino a figuras que en otros países resultarían intocables: los jefes de estado. Aunque en España se está llevando a cabo un proceso contra un cuñado del actual rey, no sabemos si será finalmente condenado ni, muchísimo menos, qué pasará con su esposa, que es quien pertenece a la familia real. Y a nadie se le pasaría por la imaginación que prosperase una demanda, del tipo que sea, contra el jefe de estado reinante o el emérito, sean cuales fuesen los cargos. Eso sería visto como un ataque contra la propia estructura del estado. También cuesta imaginar el ingreso en prisión de personajes relevantes del mundo religioso por los crímenes que sean, de tipo económico o sexual, y algunos medios se empeñan en transmitirnos de que en realidad son víctimas de campañas de desprestigio contra la propia iglesia o la fe.
Resulta ilustrativo que la historia humana, definida como la crónica escrita de la realidad, nazca encarnada en textos que regulan y acotan los abusos del poder religioso, político o económico. La historia de la civilización es el manual para trocar la vergüenza en orgullo al aplicar la justicia, aunque sus páginas sigan siendo manchadas día a día. Eso sí: en unos lugares y bajo algunos regímenes más (mucho más) que en otros. Y resulta indignante cuando la calumnia, el prejuicio y el poder se aplica contra quienes (como la sociedad israelí) más determinación y equidad demuestran en su lucha contra el delito, lo que constituye una injusticia (y motivo de vergüenza ajena) en sí misma.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad