FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD – Premios César del Cine Francés 2005: Mejor guión.
Festival de Berlín 2005: Premio del Público, Premio Europa Cinemas
“Me acordaba de la ‘Operación Moisés’ y de la repatriación de los judíos etíopes a Israel en 1984/85, pero no tenía conciencia de la enormidad de esta aventura humana. Quizá fue una de las más complejas del siglo XX por las preguntas que suscitó. Conocí a un judío etíope en un festival de cine en Los Ángeles y entendí que los falashas sólo hacían el papel de figurantes en este asunto cuando, en realidad, eran los protagonistas. Me contó su epopeya, el viaje andando hasta Sudán con el constante peligro de muerte, los campos de refugiados, la acogida en Israel. Me emocionó mucho y también me sublevó el hecho de que no se hablara más de esto… Para ‘Vete y vive’ hemos leído mucha documentación y hemos hablado con algunas de las personas implicadas en la “Operación Moisés”: etíopes, miembros del Mosad, del Ejército de Tierra y de las Fuerzas Aéreas, sociólogos, historiadores. También entrevistamos a Gadi Ben Ezer, el único psicólogo que ha sabido traspasar el misterio del alma etíope, y a varios etíopes no judíos que viven en Israel clandestinamente. Grabamos muchísimas horas de entrevistas de gran riqueza que alimentaron la ficción e inspiraron algunos de los diálogos” (Radu Mihaileanu).
Durante los últimos meses de 1984 y los primeros de 1985 (tres meses en total) 8.000 de los llamados falashas (judíos etíopes) son trasladados a Israel. Los rescatados tenían que caminar cientos de kilómetros hacia los puntos de agrupamiento, cerca de las fronteras de Sudán. Desde allí, en autobuses o camiones, eran transportados “hacia alguna parte” de Sudán. Y en el nuevo destino cada día un avión de una compañía belga, fletado por las líneas israelíes El-Al, trasladaba 160 falashas. El plan fue desarrollado con todo sigilo y la prensa israelí, que estaba al corriente desde el principio, se había comprometido con el Gobierno a no decir ni una palabra sobre el asunto antes del final del rescate, a fin de no poner en peligro la salida de Etiopía.
En este contexto, un niño de 8 años es obligado por su madre a sustituir a Solomon, que acaba de morir, el hijo de Hana, una falasha, que acepta llevarse al niño en su viaje a Israel. Su madre decide salvarle de esta manera de un futuro de hambre, miseria y muerte. Mientras le empuja a su salvación le susurra: “Los hombres no lloran” y “Ves, vive y vuelve”. A partir de ese momento el nuevo Solomon o Schlomo, se ve obligado a ocultar su verdadera identidad y a asumir una nueva que desconoce completamente si no quiere ser deportado. Al poco tiempo de llegar a Israel su madre “adoptiva” muere y finalmente encuentra su hogar al ser adoptado por una familia secular franco-israelí de origen sefardí.
A partir de ese momento Schlomo debe enfrentarse con su nueva vida, sin dejar de añorar en ningún momento a su verdadera madre con la que se comunica mirando a la luna. Schlomo deberá enfrentarse a un estilo de vida totalmente desconocido y al racismo: es el único estudiante negro en el colegio, y los padres de sus compañeros exigen que sea expulsado por temor a que les contagie “enfermedades exóticas”. Durante la adolescencia sufre el rechazo del padre de su novia, que no acepta que existan judíos negros, novia con la que finalmente se casa después de estudiar medicina en Paris.
Schlomo encuentra un guía y un amigo en Qes Amhra, un rabino etíope que se convierte en su mentor. Pero a medida que se integra en la sociedad israelí, estudia la Torá y realiza su bar mitzvá, la película nos muestra la brecha que se abre entre sus raíces africanas y su identidad judía.
Al original planteamiento se suman unas interpretaciones frescas que dan autenticidad al relato, sobre todo por parte de los actores que interpretan a Schlomo en sus diferentes etapas: cada uno vive los dramas de su personaje sin histrionismos ni excesos, y aporta toda la fuerza de la verdad histórica y personal. El resultado es una película honesta, valiente, muy humana y entrañable, que trasmite fuertes sentimientos y convicciones sin dejar de recoger la crudeza social y política de situaciones deplorables pero reales.
A lo que ayuda la hermosa forma de narrar, con grandeza pero sin alardes, el éxodo hacia la tierra donde supuestamente corren ríos de leche y miel, que pronto se revelará más como un purgatorio para estos judíos negros que el paraíso prometido. Muy bien situada en su contexto histórico (los acuerdos de Oslo, que tanta esperanza despertaron; el asesinato del primer ministro Isaac Rabin, que estremeció al mundo), es una historia llena de humanidad de un niño que debió hacerse pasar por lo que no era para terminar reencontrándose consigo mismo al abrazar a su verdadera madre muchos años después. Con una visión del conflicto judío que se alinea claramente con la izquierda pacifista israelí, es una película llena de esperanza a pesar de su dolor, bien contada y con personajes creíbles.
Vete y vive es una lección moral, un filme plagado de contrastes, que respeta a sus personajes porque no los ablanda para hacerlos más amables, sino que los hace más complejos y contradictorios para que resulten más creíbles. Porque el mundo no es un lugar amable, y mucho menos para quienes han tenido mala suerte en la ruleta de la vida. Nos hace sentir el peso de la historia, de los pueblos en constante movimiento en un mundo cada vez mas multicultural. Y nos lleva a reconsiderar el proceso de asimilación cultural, que a pesar que aparentemente pueda parecer que está solucionado, es probable que los conflictos subyacentes nunca lleguen a resolverse.
“Como todas mis anteriores películas, ‘Vete y vive’ nació a partir de la idea del combate que debe llevar a cabo el ser humano para liberarse de sí mismo, para dejar atrás el pequeño caparazón que le protege. Dicho así, parece muy teórico y reflexionado, pero yo sólo me dejo llevar por las historias que me emocionan, que me escogen como yo las escojo a ellas. Necesito meter a mis protagonistas en situaciones con un fuerte dramatismo para obligarme a hacerme preguntas que me parecen esenciales… Uno de mis libros favoritos, ‘Vida y destino’, de Vassili Grossman, me inspiró el título. Efectivamente, corresponde a las etapas de la vida de Schlomo. La despedida de la madre y el viaje hacia la supervivencia; la adolescencia, el amor y la reconciliación con la vida; y la consecución del destino: sé un hombre, tal como le decía su madre tiempo atrás” (Radu Mihaileanu).