FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD – Reparto: Andrés Pazos, Jorge Bolani, Mirella Pascual, Daniel Hendler, Ana Katz. Premios: Festival de Cannes: Mención Especial – Una cierta mirada, Premio FIPRESCI. Premios Ariel (México): Mejor Película. Premios Goya: Mejor Película Extranjera de Habla Hispana. Festival de Cine Iberoamericano de Huelva: Mejor Director, Mejor Película. Festival de La Habana: Mención Especial. Festival de Tokio: Gran Premio del Jurado, Mejor Actriz. Festival de Cine de Sundance: Mejor guion latinoamericano
Montevideo, Uruguay. Jacobo Köller tiene 60 años. Desde la muerte de su madre, a quien cuidó hasta el último día, vive en soledad. Lo único que da sentido a su vida es su modesta fábrica de calcetines, prácticamente en bancarrota. Marta tiene 48 años y trabaja para Jacobo desde hace 20 y es la encargada de solucionarle la vida, su mano derecha. De a poco, entre los dos fue creciendo una relación de mutua dependencia. A pesar de esto, su relación cotidiana es muy fría. Jacobo es parco y nunca habla con Marta de cosas que no estén relacionadas con la fábrica. Ella, en algún momento trató de cambiar esta situación, pero finalmente desistió, hundiéndose en la resignación. Herman es el hermano menor de Jacobo, está casado, tiene dos hijas y una exitosa fábrica de calcetines. Vive en Brasil y hace 20 años que no viaja a Montevideo; ni siquiera al funeral de su madre.
Al cumplirse un año de la muerte de la madre, de acuerdo a la tradición judía tienen que realizar la ceremonia de presentación de la lápida (matzevá) y Herman decide viajar a Montevideo. Ante la visita de su hermano, Jacobo le pide a Marta que se haga pasar por su esposa durante esos días. La relación entre los hermanos es y ha sido muy competitiva y Herman siempre ganó. Esta vez, Jacobo quiere por lo menos conseguir un empate.
Marta se instala en la casa de Jacobo, todavía con la presencia de la madre y su enfermedad, y plantea la farsa con más entusiasmo que Jacobo. Herman debe pagar por haber abandonado a Jacobo, a su madre y a la fábrica. Pero cuando Herman llega, no es lo que Marta esperaba. Herman es todo lo que ella querría que fuera Jacobo: simpático, abierto, vital. Marta casi sin darse cuenta se va acercando a Herman y avivando los celos de Jacobo. Herman viene a Montevideo a limpiar su culpa por no haber estado cerca de su madre el día de su muerte. Para saldar cuentas con Jacobo, le ofrece dinero. Jacobo a pesar de necesitarlo, lo rechaza, sólo quiere que su hermano se marche cuanto antes. Pero la estadía se alarga; un fin de semana, un auto alquilado, un viaje a la playa en el que la farsa, los celos y la traición guiarán a los personajes hacia un lugar del que no podrán volver atrás.
El título de la a película surge de la frase que se usa frente a un grupo que será fotografiado: “¡Digan whisky!”. Cuando se dispara el flash, queda registrada la sonrisa forzada; más una mueca que una demostración de alegría. Ese artificio social inventado para que todos salgamos sonrientes en la foto tiene mucho que ver con lo que sucede en esta película, construida a partir de pequeños gestos y disimulos. La tensión sólo se descomprime con el humor, que impregna muchas escenas de la película. Surge al exponer y desnudar lo absurdo de las convenciones sociales que invaden la vida cotidiana, y cómo esas convenciones se utilizan como parches para tapar una mentira. La repetición, la exacerbación de esos ritos (desde la espera del botones por la propina hasta la conversación en un viaje) funcionan como válvula de escape para esta olla a presión a punto de estallar.
“Whisky” es una historia de amor, celos y traición. Un arriesgado triángulo amoroso protagonizado por tres personajes decadentes. La emoción, la atmósfera y los estados de ánimo se construyen con las imágenes. Ya desde el comienzo, con una recorrido por la ciudad y la música de la Pequeña Orquesta Reincidentes, con ese bucle de imágenes que es el arranque en la fábrica de calcetines, o esa larga caminata de Marta por el pasillo vacío de un hotel.
“Por un tiempo me pregunté por qué estábamos produciendo esta película. Porque, después de “25 Watts”, un film joven y autobiográfico, estábamos haciendo “Whisky”, una película sobre dos hermanos judíos de 60 años, una mujer y una fábrica. Soy solamente un chico, como mi colega. Ninguno de nosotros tiene 60 años ni somos judíos ni tenemos una fábrica. Cuando escribimos el guion, nos dimos cuenta que quizá estos personajes no difieren mucho de lo que somos. Que no estábamos tan alejados de esos tres tipos de soledad. Esto puede ser una proyección de nosotros mismos, lo que podríamos ser dentro de 20, 30 años. Detrás de la máscara de Jacobo, Herman y Marta, entramos en contacto cara a cara con nuestros miedos“ (Pablo Stoll).